Por Damián Purión Rodríguez.
Todo empezó con un silencio negro sin estrellas, sin luz, sin pensamiento; pero tal vez en otra dimensión con todo aquello. En un lugar tan lejos como cerca, tan real como ficticio, tan isótropo como hubbiano. No había materia y si la había. No existía un punto límite, pero todo estaba limitado. El tiempo…, qué decir del tiempo… ¿Se lo imaginan? Lo que pasó ni yo puedo explicarlo.
Les juro que no estoy muy claro con los argumentos que me dio papá; digo, si puedo considerar aquella rara voz como mi padre. Nunca me creí el invento de que mi madre era mi padre y mi padre era mi madre y los dos uno solo. Aunque la cosa se puso mucho más rara y complicada cuando apareció un tal Espíritu Santo y luego éramos tres. No tienen ni idea de lo que sucedió al pasar el tiempo. Tuve que convencerlo de que fui yo quien creó todo. El muy iluso se creyó el cuento de que todo aquello lo había hecho en seis días y que inventé una séptima jornada para dormir porque no podía acostumbrar al cuerpo de tanto trabajo. ¡Tonto el niño!…, no sabe que evité la primera bronca en la historia de la historia.
Dos tipos raros casi idénticos, llamados Quark y Antiquark, se disponían a entrarse a pescozones. En eso llegué yo. Jee, jee…, creo que allí nació el arbitraje…, bueno, en realidad llegué tarde para evitar la bronca y se dieron dos o tres puñetazos. Todo por culpa de la metalicidad y la bendita radiación cósmica de fondo. No pude impedir que soltaran hidrógeno y helio por todos lados. La cosa se puso fea.
El maldito “bang” me dejó sordo por dos siglos y ni hablar de la intoxicación de protones y neutrones… Lo que pasó al principio y al final ya ustedes lo saben. Me volví alfarero y Adán se puso bravo porque cogí la costilla más fea. En fin…, otros
detalles se los contaré en la próxima conversación. Se acerca mi hora de almuerzo y estoy cansado de reparar estrellas. ¡Nos vemos! Procuren que me guste la crítica o no les daré otra entrevista…
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